
En muchas ocasiones hablamos de seguridad, técnica, mentalidad y tantos otros factores que determinan la supervivencia en altura y en condiciones extremas, pero cuando se trata de elegir al compañero adecuado, entran factores mucho más difíciles de controlar y prever.
Un día de escalada lo disfrutamos con cualquier compañero o amiguete, pero hasta para salir un día soleado y a una escuela de escalada fácil deberíamos saber la reacción de nuestro acompañante ante algún problema imprevisto.
Supongamos una simple lipotimia; deberíamos de tener en cuenta, en lo posible, la capacidad de resolver de nuestro único acompañante.
Después de algunas expediciones y paredes de diversa dificultad he podido observar, estudiar y reflexionar sobre el comportamiento de algunos miembros del equipo ante diversas situaciones y nunca es la misma, ni la esperada, a veces para mal y otras para bien. Centrándonos en lo meramente deportivo, como hemos mencionado en párrafos anteriores, ocurre que si no vamos con un objetivo de alta dificultad, cualquiera nos puede asegurar, pero cuando se trata de una ruta en el punto superior de nuestra capacidad física y mental la cosa cambia. El cordón umbilical que nos une, o sea la cuerda, y lo llamo así por varias razones. La primera porque es la unión a la vida y otra, como ocurre con el cordón materno es que todos los nutrientes, en este caso, información, tensión, vibraciones y sentimientos se transmiten inexorablemente a través de este hilo de colores.
En este artículo quiero aportar mi experiencia, no para determinar científicamente la elección del compañero, sino para tener varios pilares básicos a tener en cuenta en el momento de dicha elección.
En Primer lugar deben ser compañeros con los que ya se hayan compartido otras experiencias aunque no sean tan extremas, y me atrevería a decir que fueran con los que habitualmente hagas actividad alpina. Con este hecho reducimos considerablemente las dudas ante cual será su reacción en momentos puntuales.
Si en una actividad de envergadura no puede unirse tu compañero habitual “nunca” y resalto “nunca” lo cambiemos por alguien que aunque con buen “rollito” y por desesperación nuestra nos acompañe, las posibilidades de fracaso son elevadas y por lo que respecta a seguridad, también desciende peligrosamente y como resultado obtendremos, en el peor de los casos una situación grave y en el mejor, malas caras.
En segundo lugar debemos seguir nuestra intuición, por poco tangible que nos parezcan estas apreciaciones.
Este último párrafo, si lo aislamos de todo el contexto del artículo nos puede parecer muy radical, pero cuando dicha situación, en lugar de ocurrirnos entrenando se nos presenta y repite en un lugar extremo en el himalaya, esta pieza del puzzle se nos vendrá a la mente y nos encajará perfectamente arrepintiéndonos de la elección del compañero y de no haberlo remediado antes.
Este hecho, de reconocer un mal momento es el que nos hace grandes, como personas en general y como deportistas en particular, al margen absoluto de conseguir el reto.
Elegir bien es muy difícil, por mucha que sea nuestra experiencia, siempre seremos susceptibles de ser engañados por patanes y falsos deportistas que por el simple hecho de que le pague el viaje un patrocinador, irá a cubrir el expediente y a pegarse una aventurilla, para él suficiente, aunque deje tirados a alpinistas que sí les gusta hacer las cosas bien y con responsabilidad.
La convivencia siempre es difícil, compartiendo piso cuando somos estudiantes, en el matrimonio, con nuestros padres, en el trabajo, pero si basamos esta convivencia en la sinceridad y la honradez hacia los compañeros y amigos nunca los perderemos.
Por Santiago Millán

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